La escena es común. Tenemos tres carriles en una avenida X, en hora punta. De estos tres carriles, dos están ocupados por filas de vehículos de transporte público. Mientras tanto, el enorme volumen de tráfico propio de la hora punta, atraviesa como un embudo por el tercer carril. Luego de demorar unos 40 minutos, un conductor atraviesa el embudo y encuentra una vía más despejada. Unos minutos más adelante, la historia vuelve a comenzar.
Esto, que para muchos se ha convertido en el suplicio de cada día, tiene sus raíces en un tema más profundo. El cumplimiento de los deberes que tiene cada uno de nosotros con la sociedad.
Existe un viejo adagio que dice "la libertad de uno termina donde empieza la libertad del otro". Y en efecto, en una sociedad nadie debe pisar los derechos de nadie. Yo no puedo ir alegremente metiéndole un balazo en la cabeza a cada persona que no piense como yo, porque ellos están en su libertad de pensar como crean. Pero el otro tampoco tiene el derecho de interrumpir mi libertad de circular por las vías, respetando las normas establecidas para ese fin.
Y es que la sociedad se construye en base a una serie de deberes y derechos. Lo interesante es que cada quien cree que cada vez tiene más derechos y menos deberes con la sociedad. Tengo el derecho a reclamar que X empresa está abusando de su poder. Y es cierto, tienen todo el derecho de hacerlo. Existen plazas, medios de comunicación y diversos canales a través de los cuales el sistema democrático permite expresar estos reclamaos sin recurrir a perjudicar el derecho del prójimo. A lo que nadie tiene derecho es a perjudicar a otros por manifestar su reclamo. No tenemos derecho a torturar a nadie. No tenemos derecho a tomar los bienes ajenos o públicos. No tenemos derecho a destruir el patrimonio. Bajo esta filosofía, si una empresa abusa de su poder y yo bloqueo una vía a modo de protesta, estoy perjudicando a terceras personas que no tienen nada que ver con el problema. Sería como que el vecino de lado izquierdo me debiera dinero, pero como no me hace caso, agarro a puntapiés la puerta del vecino del lado derecho.
Pero no solo se trata de hacer valer nuestros derechos, sino también de cumplir con nuestros deberes. Desde los más básicos como el respetar la luz roja hasta los más complejos como cumplir el pago de nuestros impuestos, denunciar los delitos que observamos día a día (corrupción, falta de respeto de las señales de tránsito, venta de mercadería robada, tráfico de animales silvestres, etc.) o elegir a nuestras autoridades de manera consciente y pensante.
Un hecho tan simple como botar basura en la calle es una falta contra el derecho de los demás a vivir en una ciudad limpia. Obviamente que no es lo mismo arrojar la colilla de un cigarrillo que descargar las frutas y verduras podridas del mercado. Pero el concepto es el mismo. Y no es lo mismo arrancharle un celular a un peatón que meterlo a punta de pistola en una maletera y pedir un rescate so amenaza de muerte. Pero el concepto, abstracto y puro es el mismo: falta de respeto hacia los derechos de los demás.
¿Y donde se encuentra la raíz de todo? Me atrevo a ensayar una respuesta: La educación. O en todo caso, la falta de educación, y con educación no solo me refiero a las habilidades técnicas o intelectuales que se adquieren, sino educación cívica para el comportamiento en sociedad. Un juez tiene el mismo poder en Argentina o en Noruega, un policía tiene bajos sueldos en muchos lugares del mundo, un sindicalista tiene la misma obligación en todos los lugares del mundo. Sin embargo, es la actitud, la educación y formación que tienen lo que los diferencia.
Si no entendemos la educación como el conjunto de elementos básicos para que el ser humano pueda desenvolverse en la sociedad, y esto se entiende como el conjunto de conocimientos cívicos, técnicos y el desarrollo de las capacidades propias de cada individuo para enfrentarse al mundo y a la vez aportar a la sociedad, pues esto no cambiará.
Es un deber por ello, educar a nuestro entorno más cercano en la práctica de los deberes ciudadanos, y a la vez, cumplirlos nosotros mismos. Quizá uno mire muy difícil el camino, y no se sienta capaz de cambiarlo todo, pero el poder de UNO, es el poder de hacer ALGO. Una sola persona descubrió una vacuna, pero detrás de ese descubrimiento, está el trabajo de cientos de pensadores que hicieron ALGO.
Es un deber reclamar y hacer valer nuestros derechos. Es un derecho cumplir con nuestros deberes. La sociedad está para que nosotros le saquemos provecho, pero para ello debemos ser provechosos también para la sociedad. Solo así el individuo y la sociedad podrán mejorar.
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